—Tranquilo, estás cubierto —dijo, metiendo la mano en su bolsillo y deslizando algo de dinero hacia mi mano.

Había sido una semana difícil. Las preocupaciones se acumulaban en mi cabeza: el auto que no quería arrancar, las facturas apilándose como montañas y el sueldo que apenas alcanzaba para cubrir lo básico. Mientras estaba en la fila del supermercado, sentía la presión en el pecho, pensando qué tendría que dejar atrás esta vez. Sabía que tendría que recortar algo.

Al llegar a la caja, la cifra en la pantalla hizo que mi estómago se encogiera. No podía cubrir todo lo que había puesto en mi carrito. El tiempo parecía detenerse mientras miraba el total, deseando que por alguna razón el número disminuyera solo. Comencé a sacar algunos artículos, empezando por la leche y los pañales, y luego el cereal de mi hijo. Pero la cajera, una mujer con una sonrisa cálida, me detuvo.

Me quedé helado, sin palabras, sorprendido por el gesto.

—Muchas gracias… No sé ni qué decir —murmuré, tocado por su generosidad.

Ella asintió con calma, como si fuera algo que hacía a menudo. Acepté el dinero sin pensarlo demasiado, terminé de pagar y me dirigí a mi coche. Sin embargo, algo me picó la curiosidad. Miré el recibo y noté que había algo raro debajo del total.

El mensaje impreso decía:
“Lleva a tu hijo y vete. Ahora. No te detengas a mirar atrás.”

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Mis manos temblaron, y mi corazón se aceleró. ¿Qué significaba eso? ¿Por qué la cajera había escrito eso? Me di vuelta rápidamente, buscando a la mujer que me había ayudado, pero ya no estaba. La tienda estaba tranquila, como si nunca hubiera existido.

El aire en mis pulmones se volvió denso, y una sensación de miedo y urgencia me invadió. Sin pensarlo dos veces, tomé a mi hijo, que estaba en su asiento en el coche, y arranqué el motor. No sabía por qué, pero sentí que debía irme, y rápido. ¿Qué estaba pasando? ¿Era una advertencia? ¿Un juego?

No miré atrás.