— Mark —dijo su voz, y su tono me sorprendió por lo suave y arrepentido que sonaba—. Por favor, escúchame.

Era una noche cualquiera, tranquila, con el sonido del viento golpeando suavemente las ventanas de la casa. Mi hijo Jonathan estaba en la sala de estar, absorto en su videojuego. Su risa era lo único que llenaba la casa, una risa que hacía mucho tiempo no escuchaba, pues la ausencia de Lorraine había dejado un vacío profundo en ambos.

Entonces, el sonido del teléfono me interrumpió. Miré la pantalla y mi corazón dio un salto. Era Lorraine. Mi exesposa, la misma mujer que me había dejado hacía tres años por su jefe, arrastrando con su partida una cadena de eventos que desmoronaron lo que había sido nuestra vida juntos.

De repente, sentí que el tiempo se detuvo. No esperaba una llamada suya, nunca pensé que volvería. Lorraine había tomado su decisión sin miramientos, y su ausencia había dejado una herida abierta que, aunque cicatrizada con el paso de los años, nunca terminó de sanar. Había pasado por tanto sin su apoyo, criando a Jonathan como madre y padre a la vez. Y ella nunca volvió.

Con una mano temblorosa, contesté.

El nudo en mi garganta se hizo más fuerte.

— ¿Qué quieres, Lorraine? —le pregunté, tratando de mantener la calma, pero mi voz traicionaba una mezcla de ira y tristeza.

— Quiero ver a Jonathan. Lo extraño mucho. Sé que no lo merezco, pero también es mi hijo —respondió, casi suplicando, como si temiera que colgara al instante.

Respiré hondo. No sabía si estaba preparado para escucharla, o si en verdad quería que ella se acercara a nuestro hijo después de todo lo que había hecho. Durante años, me había hecho creer que no la necesitábamos, que nuestra vida era suficiente sin ella. Pero Jonathan, en su inocencia, aún la recordaba como la madre amorosa que fue una vez.

— No tienes derecho —respondí, aunque no pude evitar que un suspiro se me escapara—. Has estado ausente durante todo este tiempo, ¿y ahora decides que mereces verlo?

Hubo un silencio al otro lado de la línea. Lorraine sabía que mis palabras no eran fáciles de escuchar, pero también sabía que, de alguna manera, la puerta aún no estaba completamente cerrada.

— Te he fallado, Mark. Y me he perdido tanto… —su voz se quebró—. Sé que no puedo cambiar el pasado, pero quiero tratar de hacer algo bien por una vez. Jonathan necesita saber que no lo abandoné porque no lo quisiera.

Las palabras de Lorraine me atravesaron como un golpe. Mi mente comenzó a darle vueltas a sus peticiones, a sus disculpas. ¿Era genuina su intención de regresar? ¿O solo quería ver a Jonathan para aliviar su conciencia?

— No te lo voy a poner fácil —le dije, aunque algo dentro de mí quería decir lo contrario. Quería que todo fuera más sencillo, pero no podía olvidar lo que había pasado.

— Lo sé —respondió con una sinceridad que, por primera vez en mucho tiempo, parecía real—. Solo quiero verlo una vez. Para poder tener paz.

Permanecí en silencio, mirando a Jonathan jugar en el salón, ajeno a todo lo que acababa de ocurrir. Finalmente, tomé una decisión.

— Está bien. Pero esto no significa que todo vuelva a ser como antes. Lo que hiciste… no se olvida así como así.

Lorraine respiró aliviada, como si un peso enorme se le hubiera quitado de encima. Sabía que, aunque me había dado una oportunidad, las cicatrices aún quedaban.

— Lo entiendo, Mark. Te prometo que no lo arruinaré. Gracias. Gracias por darme esta oportunidad.

Cerré los ojos por un momento, sintiendo el peso de lo que acababa de ocurrir. Lorraine no era la misma de antes, y yo tampoco. Pero, tal vez, solo tal vez, este reencuentro podía ser el primer paso para sanar las heridas, aunque sabía que la sanación sería larga.

Jonathan aún jugaba con su videojuego, y mi esperanza era que él tuviera la fuerza de superar todo lo que había ocurrido. Después de todo, era él quien merecía lo mejor.

Lorraine había vuelto, pero el camino hacia el perdón sería un viaje largo para todos nosotros.