El perro saltó repentinamente a la piscina. Los turistas comenzaron a enojarse hasta que salió del agua porque sostenía algo aterrador entre los dientes.

Era un día caluroso normal junto a la piscina. La gente se relajaba, tomaba el sol, reía y chapoteaba en el agua fresca.

Las mujeres descansaban bajo sombrillas con cócteles, los niños jugaban a la pelota y los hombres revisaban sus teléfonos a la sombra. El ambiente era sereno, como un sueño de verano perfecto.
Y de repente, la atención de los turistas se fijó en un perro de pie en el borde de la piscina. Era un perro grande y pálido, mojado y visiblemente agitado. Miró al agua y empezó a ladrar fuerte, moviéndose de un lado a otro, como pidiendo ayuda.

«¡Qué escándalo!», exclamó una de las turistas, levantándose de su tumbona. «¿Quién dejó a ese perro asqueroso cerca de la piscina? ¡Ya no podemos nadar! ¡Uf!»
«Déjenlo en paz, podría pasar calor.» «Y un ser vivo», comentó con calma el hombre a su lado.
Pero antes de que pudieran terminar de hablar, el perro saltó al agua con un fuerte chapoteo.
Cuando el perro salió del agua, todos lo vieron: no era un juguete ni una toalla lo que tenía en la boca. Había mordido la ropa de una niña pequeña, de un año aproximadamente, quizá un poco mayor. La bebé estaba empapada, lloraba y respiraba convulsiva e histéricamente.

Cundió el pánico. Los padres salieron corriendo gritando de una esquina. La mujer cayó de rodillas junto al perro y le arrebató a la niña de la boca. El hombre, presa del pánico, llamó a una ambulancia. La niña tosía, pero respiraba.
Resultó que más tarde los padres se distrajeron un segundo y la bebé, gateando por el césped, llegó a la piscina. Nadie se dio cuenta de cómo cayó al agua: ni los transeúntes, ni los socorristas, ni la familia. Solo el perro se dio cuenta y reaccionó al instante.
Mientras todos gritaban y corrían, el perro, sin pensarlo, corrió a salvar a la niña.

Cuando llegó la ambulancia, la niña ya se había puesto ropa seca y dormía profundamente en brazos de su madre. Los médicos dijeron que todo estaba bien: había tragado un poco de agua, pero que había llegado a tiempo.
Y el perro… simplemente estaba tumbado a la sombra, respirando con dificultad, con el pelaje mojado y la mirada inteligente y cansada.
Aquel día de relax junto a la piscina quedó grabado en la memoria de todos. Y nadie más dijo que los perros no debían estar cerca del agua.