—¿Así que es culpa mía otra vez? —rió ella, pero la risa era amarga.

Oleg miraba fijamente a la puerta del apartamento. Cada vez que la abría, sentía que un peso se le caía sobre los hombros. Ese lugar, tan familiar, le parecía ahora una prisión sin salida. Su mente se debatía entre la culpa por sentir todo eso y la rabia acumulada durante meses. Pero esa tarde, algo había cambiado.

Lena, su esposa, estaba frente a él, pálida y con la mandíbula apretada, lo que solo lo ponía más nervioso. La tensión entre ellos era palpable, como un cable a punto de romperse.

—¿Te sientes mejor? —la voz de Lena temblaba al preguntar, pero su mirada era implacable.
—¿Qué clase de vida es esta? —exclamó Oleg, dejando escapar su frustración mientras le daba un golpe con la mano a la mesa.
—¿Así que es culpa mía otra vez? —rió ella, pero la risa era amarga.

Las palabras se quedaron flotando en el aire, tan cargadas de resentimiento como de incomodidad. La vida que habían construido juntos ya no era suficiente para Oleg, pero lo que más lo atormentaba era la idea de enfrentarse a su propia madre, que siempre tomaba partido por Lena. Y la idea de perder ese apartamento lo aterraba más que cualquier otro pensamiento.

En un intento de encontrar alguna respuesta, Oleg comenzó a recordar aquellos primeros días con Lena. Ella era todo lo que él había buscado: modesta, tranquila, con una belleza que no necesitaba ser exagerada. Pero el paso del tiempo la había transformado. En lugar de la joven llena de sueños que él había imaginado, había una mujer que vivía con la esperanza de algún cambio futuro, algo que Oleg ya no podía ver. Y la frustración crecía al darse cuenta de que su deseo de cambio no coincidía con el suyo.

Aquel día, todo cambió. El encuentro con su exesposa, un día de fiesta en el trabajo, le mostró una versión de su vida pasada. Lo que vio fue suficiente para que la envidia lo invadiera: su exesposa, ahora completamente distinta, con éxito y seguridad, lo dejó sin palabras. Fue como ver todo lo que había perdido, todo lo que podría haber sido y que nunca sucedió. Pero lo que realmente lo trastornó fue la sensación de que, aunque ella ya no estuviera en su vida, el brillo que había percibido en su mirada nunca desaparecería.

Oleg comenzó a sentir una mezcla de arrepentimiento, frustración y envidia que lo llevó a replantearse todo. Lo que había perdido no era solo su exesposa; era la posibilidad de haber vivido una vida diferente.